No sé cómo llamar a esta entrada ni cómo empezarla. Supongo que lo mejor es que deje fluir mis pensamientos y mis emociones.
Me dirijo a ti, abuelo. ¿O debería llamarte pederasta? Creo que sí, que es mucho más adecuado lo segundo.
Después de casi cien años por fin te marchaste de este mundo. Cuando recibí la noticia de tu muerte no pude ponerme más contenta. Fue una liberación absoluta.
Con apenas catorce años, justo en mi cumpleaños, recibí una realidad dura. Mi "abuelo" se dedicó a violar a su hija pequeña durante años.
Recuerdo que cuando me enteré fui a buscarte. Te enfrenté. Quería matarte. Me miraste con miedo, ¿recuerdas? Pero fuiste incapaz de admitir, de verbalizar la realidad, aunque tu mirada lo decía todo.
Creo que lo peor fue ver cómo la "familia" escondía el secreto y actuaba con total naturalidad ante ello. Recuerdo a mi tía histérica, riendo de una forma compulsiva. Creo que fue la primera vez que alguien la defendió y fue su manera de procesarlo.
Qué feliz me puso tu muerte. Pensé que por fin esa pobre criatura se libraría de ti, monstruo.
Es lamentable pensar que jamás pagaste por tus actos, que destrozaste la vida de una niña, y después de una adulta, y que no pagaste por ello. Es más, ella te cuidó hasta tus últimos días.
No sé si fue peor lo que tú hiciste o lo que los demás consintieron.
Cuando me dirigí a ti iracunda, tu querida mujer salió en tu defensa. Mi queridísima abuela se dedicó a insultarme porque: "oh díos mío cómo me atrevía a decir todo aquello a su pobre marido."
Durante años me avergoncé de mi procedencia (a veces aún lo hago) pero intento pensar que pese a toda la porquería que hay en mis antepasados, yo no soy como ellos. Como vosotros. Tengo unos ideales firmes, soy capaz de amar, de cuidar y de defender a todo aquel que lo necesite. Poseo una sensibilidad y una empatía que vosotros no conocéis. Aunque por supuesto tengo muy claro con quien debo empatizar.
En este caso con mi tía, que actualmente sigue viviendo con su queridísima madre que por supuesto la maltrata y la tiene convertida en su esclava.
Nunca recibiste tu castigo, pederasta. Jamás, durante toda tu vida lo pagaste. Y la única forma que tengo de hacértelo pagar es recordándote tal y cómo eras. Sin idealizaciones, justificaciones, ni piedad.
Las personas como tú no merecen perdón ni comprensión porque no es justificable ni perdonable.
Los abusos sexuales y el incesto son una dura realidad que quiebran vidas, que enferman el alma y la mente.
No hay que esconderlo. Hay que visibilizar una realidad que por desgracia muchos se empeñan en tapar.
También quiero aprovechar para decir algo sobre mi tía, tu hija.
Pese a todo su dolor, sus problemas mentales y todo lo que le ha ocurrido, es una persona que siempre intenta dar lo mejor de sí misma, que tiene una sonrisa preciosa y que durante mis primeros seis años me cuidó con ternura y paciencia. Sé que tú no tienes voz tía, sé que a ti te lo arrebataron todo, pero para eso estoy yo.
Para darte la voz que te falta, para verbalizar lo que te hicieron y para valorar cómo eres.
Y tú, abuelo, púdrete allá donde estés.
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