CÓMO LOGRAR UNA COMUNICACIÓN EFICAZ | |
Claves para abrirse a la empatía y alcanzar los objetivos Cada persona es una isla, pero incluso las islas se unen en archipiélagos. Mejorar la forma en que nos comunicamos con los demás abre la puerta para una vida más próspera y gozosa. |
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Por el Lic. Carlos Monte Psicólogo y Profesor Universitario. Especialista en Terapias de Comunicación y de Autoayuda. | |
Para el ser humano comunicarse es esencial, forma parte de su vida en sociedad. La comunicación nace de la necesidad de expresar y compartir, y esto constituye el lazo que permite relacionarse con los demás. Cada persona es un mundo, pues vive la realidad de una forma diferente. Pero a través de la comunicación se puede establecer un puente para conectar una visión particular con la de los otros; de esa forma nos damos a conocer y conocemos al que tenemos delante. EMPEZAR POR UNO MISMO Nos comunicamos mediante el lenguaje, los gestos, las emociones que transmitimos, nuestra actitud… Pero a menudo nos sentimos frustrados, sea porque no podemos hacernos entender o no nos sentimos escuchados, o porque no hay una comunicación sincera y real. Si el fin de una conversación es acercarnos a los demás y compartir, ¿por qué a veces sucede lo contrario? En ocasiones lo que hacemos es distanciarnos para defender nuestra razón. De esa forma dejamos de oír lo que nos dicen y nos enquistamos en nuestra postura, viendo al otro como un rival. Exigimos en vez de pedir lo que necesitamos, negamos y contradecimos sistemáticamente al otro y nos podemos mostrar incluso sarcásticos o agresivos. Gran parte de los conflictos que vivimos con la pareja, en las relaciones laborales o con la familia y las amistades se pueden mejorar poniendo atención a cómo nos comunicamos. De esa forma podemos transformar una posible disputa en un diálogo fructífero. Aprender a comunicarse implica dejar que aflore la compasión, que significa compartir el sentimiento del otro. Saber conversar nos puede ayudar a seguir siendo humanos incluso en las situaciones más críticas. La compasión empieza por uno mismo. No podemos ofrecer a los otros lo que no nos damos a nosotros mismos. Si no nos perdonamos ni nos aceptamos tal como somos, no podemos aceptar de forma incondicional a las otras personas. EL PODER DE LAS PALABRAS Las palabras tienen mucho poder, por eso hay que emplearlas con atención. Si alguien escucha repetidamente que no sirve para nada, seguramente eso acabará menguando su confianza y terminará creyéndolo. Se han de intentar evitar los juicios globales o moralistas. Frases como: “nunca te acuerdas de nada” o “eres un perezoso” muestran que tendemos a criticar generalizando un rasgo que nos parece negativo. Al etiquetar a las personas o criticarlas por detrás alimentamos justo la conducta que nos disgusta. Con esa actitud estamos muy lejos de ayudarles. Cuando alguien nos cae mal le prestamos menos atención. La otra persona lo percibe y actúa con mayor distancia. De esta forma no es posible que mejore la imagen que nos hemos formado uno del otro, cuando muchas veces está equivocada o no nos posibilita ver su lado positivo. Una actitud cerrada no facilita la comunicación. En realidad no estamos viendo a la otra persona, porque eso conlleva abrirnos y observar su punto de vista. A menudo escuchamos a los otros en cuanto validan lo que pensamos, desechando lo que no coincide con nuestra opinión. Pero precisamente lo que contrasta con nuestras creencias es lo que nos puede dar una visión menos rígida y más global de las cosas. MENSAJES CONTRADICTORIOS Otra forma con la que bloqueamos la comunicación es dar mensajes contradictorios. Podemos decir una cosa verbalmente pero con nuestros gestos y actitud sugerir lo opuesto. A veces decimos frases que por el tono expresan cierto reproche, y ése es el primer mensaje que suele captar el receptor. No estamos muy acostumbrados a decir las cosas directamente, muchas veces las camuflamos o creemos que el otro tiene que entender lo que nos ocurre sin explicárselo. ¡Cuántas veces nos hemos ofendido porque alguien no se da cuenta de que algo que hizo nos molestó! Por otra parte, las quejas suelen encubrir aquellas necesidades que nos cuesta reconocer. Podemos culpar a los demás o criticarles por sus errores. Pero lo que les decimos expresa nuestras propias necesidades. Por ejemplo, quien dice: “tú no me entiendes”, con su crítica esconde que tiene la necesidad de ser comprendido. Observando la raíz de nuestros prejuicios y críticas podemos llegar a descubrir qué estamos necesitando sin reconocerlo. Un buen ejercicio es revisar los juicios negativos que afloran en el pensamiento completando esa frase: “no me gustan las personas que son…”, e intentar preguntarse a continuación qué es lo que necesito o no tengo para que a veces surja ese pensamiento en mí. LAS BASES DE UNA BUENA COMUNICACIÓN Para poder acercarse a los demás con una mentalidad abierta primero es preciso aceptarse uno mismo. Si no se puede caer en el error de creer que los otros nos tienen que proporcionar la felicidad o la satisfacción que no somos capaces de hallar. Entonces es fácil culpar y dirigir las ofensas hacia afuera. Para que exista una buena comunicación ante todo tiene que haber la voluntad de compartir todo lo bueno que tenemos con los demás, partiendo desde la sinceridad. A veces podemos tener una actitud seductora queriendo gustar a los otros, o intentamos no dejarnos ver y no dar nuestras opiniones por miedo a que no nos acepten. En otras ocasiones reafirmamos exageradamente nuestro punto de vista para probar a los demás que estamos seguros de nosotros mismos. Estas formas de relacionarnos no nos aportan felicidad. No podemos darnos de corazón porque no estamos siendo coherentes con nuestra verdad. Nos estamos traicionando. Nuestras relaciones están muy contaminadas por necesidades y patrones aprendidos de los que no somos conscientes. Por esta razón es importante empezar por escucharse a uno mismo. Conocer los temores, dudas y ansiedades que se mueven por dentro para que a la hora de relacionarnos podamos discernir cuándo un conflicto los está haciendo aflorar. Mejorar nuestra forma de expresarnos y de escuchar implica poner atención y conciencia. Éstos son los cimientos o los principios de una buena comunicación: * Mejorar nuestra capacidad de escucha: Antes de actuar o hablar es necesario detenerse a escuchar, tanto lo que expresa la otra persona como lo que dicen nuestros sentimientos. De hecho, cuanto más escuchemos nuestra voz interior, mejor oiremos las de afuera. Escuchar con profundidad a otra persona es algo realmente difícil, exige una actitud muy receptiva y acrítica. Normalmente mientras escuchamos mantenemos un intenso diálogo interno en busca de una respuesta audaz o un consejo adecuado para cuando empecemos a hablar. Pero si queremos dar una explicación o solucionar un problema dejamos de ver la realidad del otro. Esto ocurre cuando intentamos dar consejos, tratamos de animar diciendo “eso no es nada”, contamos una historia parecida o una anécdota, o intentamos zanjar la cuestión con frases como “no es para tanto”. Escuchar a otra persona requiere la presencia de todo nuestro ser, una disposición sincera a estar por el otro. Se trata de escuchar para entender, para ponernos en la piel del otro y no para sacar conclusiones. Necesitamos desprendernos de nuestras ideas, prejuicios y necesidades para atender con empatía. Hay que tomarse el tiempo y el espacio necesario para que la persona pueda expresarse plenamente y sentirse comprendida. Cuando conseguimos ver a la otra persona, su punto de vista y necesidades, la preocupación, la comprensión y el amor surgen de forma natural. Dejamos de defendernos mutuamente y cada uno puede escuchar lo que dice el otro. * Hacer observaciones sin evaluar: No es lo mismo decir: “no sabía si hoy vendrías a comer”, que: “nunca te acuerdas de avisarme”. Al hacer observaciones hablamos de un momento y un contexto determinado, sin apelar a hachos pasados, y comunicando cómo nos sentimos de forma clara. Si lo mezclamos con una valoración es más probable que la otra persona recoja la crítica y oponga resistencia. * Identificar y expresar sentimientos: Existe en general una dificultad para reconocer y expresar abiertamente los sentimientos. Es preferible intentar explicar nuestras emociones de forma más definida y menos vaga (en lugar de decir: “estoy bien”, mejor decir: “me siento animado y entusiasmado porque…”). * Asumir la responsabilidad de nuestros sentimientos: Esto significa reconocer que la rabia, el amor o el odio que nos despiertan ciertas personas o comentarios son exclusivamente nuestros. Es el resultado de cómo decidimos tomarnos lo que dicen y hacen los demás, de acuerdo con nuestras expectativas o necesidades. * Ante un mensaje negativo disponemos de cuatro opciones: a) tomarlo como algo personal, culpabilizándonos porque aceptamos el punto de vista del otro; b) desmentir la acusación, con un probable riesgo de enojo; c) darnos cuenta de nuestras necesidades y sentimientos, y d) percibir los sentimientos y necesidades de la otra persona. Si conectamos con los sentimientos, tanto nuestros como de nuestro interlocutor, es más fácil que la comunicación tenga más empatía. * Saber pedir lo que necesitamos: Es preciso diferenciar entre una exigencia y una petición. La exigencia comporta desconfianza, pues manifestamos nuestros deseos bajo una amenaza implícita o explícita en el caso de que no se satisfagan. En cambio, cuando formulamos una petición la otra persona no se siente obligada a cumplirla. Solo queremos que haga lo que le pedimos si le apetece, y si se niega no lo interpretamos como un rechazo pues podemos entender su decisión. ATENCIÓN Y AMOR Conviene expresar claramente lo que pedimos, y no lo que no pedimos. Por ejemplo, una mujer puede decirle a su marido: “no trabajes tanto” cuando lo que desea es estar más con él. El marido puede terminar antes pero ir a jugar tenis, y la mujer sentirse defraudada. Una buena comunicación es la que permite relacionarse desde la verdad profunda de cada uno, estando presentes con amor. Cuando damos lo que somos de corazón enriquecemos nuestra vida y la de la otra persona. Nos sentimos bien al ver que podemos contribuir al bienestar del otro. Comunicarnos nos hace humanos. Si elegimos el camino de la autonomía en que cada uno es responsable de sus actos y sentimientos, de la legitimidad pudiendo ver la realidad del otro, y del respeto, veremos que se nos responde con la misma moneda. CÓMO ENTRAR EN RESONANCIA Podemos cambiar el rumbo de una conversación si hacemos un esfuerzo por poner conciencia en ella. Si una de las personas que están implicadas en una comunicación se muestra más comprensiva, la otra tenderá a hacer lo mismo: * Piensa en el momento más adecuado para iniciar la conversación, cuando ambos estén realmente dispuestos. * Suaviza el planteamiento de la conversación, mejorando el tono y la forma en que lo dices. Si se empieza de forma agresiva o muy directa es más fácil que no surja la verdadera comunicación. * Quéjate, pero sin culpar al otro, apelando a tus sentimientos. Empieza las frases con un “yo” (siento, me encuentro, deseo…) en lugar de un “tú” (haces, siempre, olvidas…). * Exprésate con claridad, procurando no guardarte las cosas que dan dolor. * Describe lo que pasa sin evaluar ni juzgar. Es difícil, pero a menudo los juicios sólo son parcialmente ciertos. Si la otra persona se expresa será más fácil comprender la situación. * Muestra un sincero interés por el otro. Haz preguntas, mírales a los ojos, asiente con la cabeza… * Intenta ponerte en su lugar, entender lo que siente y lo que necesita. * Comunica tu comprensión siempre que sea auténtica (“te entiendo…”). * Parafrasea. Expresa lo que has entendido para que no haya confusiones. * Ofrece apoyo, con afecto y atención, pero no des consejos si no te los piden. * Piensa qué te está pidiendo realmente la otra persona, aunque sea de forma encubierta, y pregúntale si es eso lo que precisa de ti. ABRIRSE A LA COMPRENSIÓN Practicar estos ejercicios ayuda a desarrollar nuestra capacidad de comunicación y empatía: PONERSE EN EL LUGAR DEL OTRO: Este ejercicio se puede realizar a solas o con la ayuda de otra persona. Es una forma de entrenar la habilidad de pensar con el punto de vista del otro. Luego podremos utilizarlo en las situaciones conflictivas que vivamos. Se empieza por elegir un incidente que dio pie a un conflicto. 1. Intenta describir el suceso desde tu punto de vista, viendo e intentando reexperimentar cómo te sentiste. 2. A continuación colócate en un lugar diferente, como puede ser otra silla. Cierra los ojos e intenta ponerte en el lugar del otro. Procura revivir el acontecimiento desde suposición. Expresa lo que sientes como si fueras él, en primera persona. 3. Vuelve a cambiar de sitio e intenta ver la situación desde afuera, como un observador. Describe cómo este observador imparcial ve la situación. PASOS PARA EXPRESAR LA IRA Podemos entender la ira como un aviso de que existe una necesidad insatisfecha. De esta forma no hacemos responsables a los demás de nuestra ira, sino que entendemos que surge de nuestra forma de vivir un suceso. Puede ayudarnos cambiar la frase: “estoy enojado porque él/ella…” por otra del tipo: “estoy enojado porque necesito…” Antes de que brote la ira, nos puede servir seguir estos pasos: 1. Guardar silencio y respirar. 2. Entender qué ideas nos están llevando a juzgar a los demás. 3. Identificar qué sentimientos han provocado nuestra ira. 4. Expresar las necesidades y sentimientos que nos encolerizan. 5. Descubrir qué sentimientos y necesidades de la otra persona hemos avivado. Cuando alguien se siente airado con nosotros, en lugar de sentirnos responsables de su reacción o pasar a atacar, podemos ofrecerle empatía. Es útil pensar que en realidad esa ira no tiene tanto que ver con nosotros, sino con lo que siente y piensa la otra persona. Podemos preguntarnos: ¿qué siente esa persona?¿qué necesita? ¿cómo me siento yo en relación a ella? Poniendo compresión, incluso en circunstancias adversas podemos dar un giro a la comunicación y ayudar tanto a la otra persona como a nosotros mismos. |
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