La Comunidad de Sin-Límite

Creo que lo malo de la angustia es que lleve a la desesperación: las cosas se pueden desordenar fácilmente cuando las personas son más intensas y no tenemos CONTENCION. La contención, el apoyo sincero  de otras personas: sabernos queridos, sabernos protegidos... Todo es ES NECESARIO.

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Hablando de la contención, aquí trata de los niños, pero es igualmente aplicable a los adultos... De cómo a veces involucrarse demasiado en las reacciones de otros es malo.

Educación y límites, la importancia de la contención

Contención es una palabra que se describe a sí misma perfectamente: es el acto de abarcar, sostener, amoldarse, dar sitio y comprender lo que al otro le sucede, en este caso al niño. Así descrito parece sencillo, pero en la realidad no lo es: nuestras reacciones al malestar del que tenemos enfrente suelen ser o bien de rechazo (no te sientas así) o bien de “espejo” (me siento igual de mal que tu).

(Esto es verdad que sucede muchas veces...): nota de Lauri.


Sigamos:

"Rara vez podemos hacer el trabajo de comprender en profundidad la emoción del niño sin confundirnos con ella y, desde la serenidad, guiarle para que pueda resolver sus conflictos (le guiamos, pero bastante alterados).

Las emociones infantiles y las emociones del adulto están separadas por una brecha de complicada solución: sólo a través de un ejercicio interno de recuerdo de quiénes fuimos cuando niños, podemos acceder a los contenidos emocionales que “resuenan” y se movilizan en la misma sintonía que los del niño que ahora tenemos delante. El acercamiento, en este caso, siempre es unidireccional, es decir de padres a hijos y no a la inversa, puesto que para el niño es imposible ubicarse allí donde todavía no le corresponde.

Para comprender realmente la emoción del niño hablamos de un camino de vuelta, un retorno a las viejas e intensas emociones del niño que un día fuimos. Y, desde ahí y sin olvidar el adulto que hoy somos, inaugurar un espacio en el que tengan cabida cualesquiera males que le sucedan al pequeño. Contener la rabia, el malestar, el mal comportamiento o la ansiedad de nuestros hijos no significa dar cabida a toda acción: significa comprender, nombrar y aceptar, es decir dar cabida a los sentimientos que le inundan, sin por ello renunciar al hecho de poder señalar un manejo más adecuado de los mismos.

Es importante separar emociones de acciones: las emociones, todas ellas, son aceptables. No lo son las acciones que a veces las acompañan o las actitudes respecto a los demás, en tanto que a veces emociones intensas y devastadoras, mal manejadas, pueden dar lugar a relaciones igualmente devastadoras y carentes de respeto.

En nuestra falta de ejercicio, los adultos por lo general afrontamos el mal comportamiento del niño como hacemos entre nosotros: cuando alguien nos ofende, nos ofendemos con él. Así, es común que el señalamiento de lo “adecuado” vaya acompañado de nuestro propio malestar, nuestro enfado y, en ocasiones , de nuestra propia “mala conducta” (gritos, portazos, insultos, etc..).

Por eso es importantes separar los sentimientos del niño de los nuestros: ¿por qué nos enfadamos tanto cuando nuestros hijos están enfadados? ¿por qué nos irritan su tristeza o su frustración? Nos enfadan sus acciones pero, sin darnos cuenta, terminamos siendo el espejo de las emociones que las provocan, es decir sintiendo lo mismo que ellos sienten (enfado, ira, agresividad, frustración…), llegando a un callejón sin salida porque, en este caso, somos nosotros los únicos capaces de proveer a la relación de soluciones adecuadas a los conflictos. Si destináramos la inmensa energía que ponemos a disposición de nuestro enfado a serenarnos, conseguiríamos ser los padres que queremos ser.

Para que el pequeño realmente pueda aprender a reconducir sus emociones negativas en actitudes positivas que, a su vez, contribuyan a una mejor resolución de esas emociones, es fundamental que sus guías (es decir, sus papás) le señalemos el camino no sólo con palabras (“esto se hace así”) sino con hechos: tanto objetivos (mostrando nuestra buena conducta, es decir señalandole al pequeño los límites desde el respeto y la serenidad) como subjetivos (una disposición interna de contención e implicación afectiva en nuestra relación con el niño). Es decir: con todo nuestro ser"

Fuente: Psicoencuentro.

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