Me dijeron:
-Cuidado con esa que está loca.
Y yo, sin pensarlo un instante, me asomé a esa mujer,
como quien contempla un precipicio venciendo al vértigo
y la náusea.
Abracé el desorden de su pelo y de su cama, apaciguando el
ruido y perfilando sus sombras para que pudiera nombrarlas.
Monté guardia noche tras noche a los pies de su lecho,
para que perdiera el miedo a abandonarse al sueño y, de paso, a
abandonarse a mí.
Con el dedo índice, escribí su nombre en la palma de mi mano y
al cerrar el puño la tuve para siempre en mi bolsillo.
Bastó tenacidad, adoración y un pequeño truco de magia.
No sé si fue una insensatez,
pues presumo de ser alguien muy cuerdo,
pero me advirtieron que me cuidara de ella,
y sin embargo
la cuidé.
Ana Elena Pena
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