Me la he encontrado por la calle, así como sin más. Toda compuesta, seria, altanera; caminaba a pasos muy cortos mientras miraba hacia ningua parte, como cuando uno pasea sin tener un lugar concreto al que llegar.
Inmediatamente la he reconocido, tanto por su porte como por su aroma, que llegaba hasta mí a pesar de la distancia entre los dos. Un aroma sutil, suave, amable, de primavera, que me ha seducido como hacía tiempo que nada ni nadie lo hicieran y me ha llevado a caminar más deprisa para alcanzarla.
Iba vestida de un blanco inmaculado, su pelo largo volaba acompasado por el suave viento de la tarde y el ruído de su caminar era consuelo y bálsamo que penetraba todo mi ser.
He empezado a recitar un poema, de Neruda creo, como reclamo escondido para ver su reacción. Automáticamente han llegado hasta mí nuevos versos de un García Lorca en su “Poeta en Nueva York” . En el estado en que me encontraba he vuelto a recitar a Miguel Hernández (quería decirle que hoy me pesaba la vida y no he encontrado mejores versos). Y de repente se ha detenido, se ha dado la vuelta y me ha mirado a los ojos mientras yo seguía recitando a Miguel Hernández: “tanto dolor se agolpa en mi costado que por doler me duele hasta el aliento”. Y los ojos, los suyos y los míos, se han fundido en un abrazo de amor incondicional.
No recuerdo el tiempo que ha durado el cruce de miradas, pero lo que sí recuerdo es que me ha dicho su nombre mientras seguía, cadenciosa, el paseo.
Me ha dejado un dulce sabor a miel y romero y un enorme vacío lleno de pena.
Si amigas, amigos, hoy me he encontrado por la calle a La Soledad.
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