Hola, nuevamente a todas y todos.
Permitidme que hoy añada una hermosa prescripción Mindfulness para este módulo de habilidades. Otro paso para domesticar a un animal salvaje que es la mente en estado indómito. Si acaso conseguimos ponerle un lazo a este animal fabuloso, con la respiración, quizás podramos mantenerlo relativamente calmado. Al menos dejará de huir, aunque no os sorprendais si sigue dando coces, si anda a brincos, si observamos toda una suerte de piruetas.
Abandonémonos por unos instantes, para incorporarnos hacia la plenitud. Aférrate, si te resulta agradable, a esta tranquilidad, cálida y cercana, a la lenta, profunda respiración como si fuera el ritmo del mar. Aquí, la experiencia es intensa, por que oirás el océano, muy por detrás de las corriente estática de la cóclea.
Mindfulness del Cuerpo por Vicente Simón
"Nos centramos en el momento presente, en la postura que hemos adoptado y nos relajamos.
Soltando la tensión si llegamos a percibir rigidez en alguna parte del cuerpo.
A continuación, suavemente, llevamos la atención a la respiración y sin forzar ni cambiar nada, observamos cómo el aire entra, como el aire sale. Conectamos con ese vaivén, con ese movimiento espontáneo y rítmico de la caja torácica y del abdomen.
Dejemos que la atención vaya focalizándose cada vez con más precisión en intensidad, en el ritmo respiratorio: como si fuera un foco de luz que ilumina a un actor en el medio del escenario. Y nos fijamos, con atención plena, en todas las particularidades de ese movimiento. Nos daremos cuenta de que no sólo se limita al tórax y al abdomen, sino que se extiende a todo el cuerpo, como las ondas en un estanque se dispersan hasta alcanzar las orillas.
Así, percibimos cómo basculan los hombros, lo cual, a su vez, desplaza ligeramente a los brazos, y cómo esa oscilación se hace perceptible hasta los dedos de las manos. Prestamos atención a ese movimiento y a cualquier sensación que experimentemos en hombros y brazos, sin dejar de tener presente en nuestra conciencia la propia respiración.
También notamos como se produce una suave ondulación de toda la columna vertebral, como una serpiente que se endereza y luego se retrae. Esa oscilación repercute también en el cuello y en la cabeza. Nos hacemos conscientes de ese movimiento y de cualquier sensación que percibamos en estas zonas.
Si ahora dirigimos nuestra atención hacia abajo, percibiremos la contracción del diafragma y como éste, al inspirar, empuja levemente las vísceras del abdomen, dándoles un leve masaje. Nos fijamos en toda esa región del vientre y estamos atentos a cualquier sensación que provenga de ahí: calor, movimientos, alguna molestia, placidez…
Ahora pasamos a concentrarnos en la zona de la pelvis, en la zona del bajo vientre, en los genitales y las caderas. También hasta allí llega la suave ondulación de la respiración. La acompañamos con nuestra conciencia y estamos atentos igualmente, a cualquier impresión que pueda nacer en esa región del cuerpo. Sea lo que sea lo registramos y lo aceptamos tal cual es, sin juzgar ni pretender que las cosas sean diferentes a como son en este preciso momento.
A partir de las caderas, extendemos hacia abajo nuestra atención y nos hacemos conscientes de los muslos, con sus grandes masas musculares, de las rodillas, con su relativa fragilidad y de la rótula, flotando sobre la articulación. También de las pantorrillas, de los tobillos y de los pies. Notamos el contacto con la superficie que nos sustenta, variable según la postura en que nos encontremos. Y también aquí advertimos las ligeras vibraciones que causa la respiración.
Permanecemos abiertos a cualquier sensación de toda la zona de las piernas; tacto, tensión, frío, calor, dolor, bienestar, malestar. Somos plenamente conscientes de las sensaciones y las aceptamos, sin oponer resistencia alguna.
Ahora, tras haber pasado revista a las distintas partes del organismo, sintamos y concibamos el cuerpo como una unidad. Como un todo. Y notemos como la respiración se desplaza por el, ocasionando todas esas ligeras vibraciones, que lo mantienen vivo y sintiente. Descansemos nuestra conciencia en esa totalidad viviente y sintiente que es nuestro cuerpo y permanezcamos unos minutos, disfrutando de esa maravillosa sensación de la vida en cada una de las células del cuerpo, en cada tejido y en cada órgano, segundo a segundo, latido a latido y momento a momento..
Si nos resulta placentero, podemos imaginar que, al respirar, inhalamos el aire por la coronilla y que recorriendo todo el cuerpo hacia abajo llega hasta las plantas de los pies , para luego, seguir el camino inverso y volver a salir por la cabeza. En cualquier caso, percibimos como la respiración al extenderse por todo el cuerpo lo tranquiliza y lo apacigua.
Podemos decir, al inspirar: Mi cuerpo se calma. Al expirar, mi cuerpo se calma. Nos hacemos conscientes de que calmando la respiración, podemos serenar a la vez, la mente y el cuerpo. Saboreemos ese efecto tranquilizador y permanezcamos en el hasta el final de la meditación.”
Fuentes: Simón,Vicente. Aprende a practicar Mindfulness, 2011
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