Se suponía que iba a ser mucho más fácil. Nadie me dijo que dolería tanto. Nadie me dijo que la piel me sangraría cuando lo hiciera mi alma. Nadie lo hizo y no los puedo culpar.
Todos los días son una auténtica batalla. Una lucha cuerpo a cuerpo conmigo misma, y eso me agota. Siento que llego a mi límite. Y es paradójico… ¿cuál es mi límite? Porque tengo la sensación que no lo hay, que no existe, o que es invisible a mi conciencia.
Estoy cansada de ponerme esa coraza para parar los golpes. Pero también estoy cansada de quitármela y que duela. No hay término medio para mí. Todo o nada.
Intento describir el dolor y no puedo. Es una sensación abrumadora, como una marea imparable que me arrastra mar adentro, donde no puedo poner los pies en el suelo. Siento como el agua me mece, a la vez que me angustio por no tener donde apoyarme. Es una inestabilidad estraña. Me conmueve a la vez que me aterra. Porque no quiero volver ahí, a las profundidades de ese mar oscuro, en el que no me siento dueña de mi vida. Sé que tengo anclas suficientes para pararlo, pero quizá no sepa ponerlas o no quiera.
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