Ser borderline es padecer un trastorno conocido desde hace no demasiado en nuestra lengua como trastorno limítrofe de la personalidad. Sí, limítrofe entre la paranoia y la psicosis, según el día, el momento y, como todos los trastornos mentales, tienen muchos grados.
Tenemos la extrema psicopatía de nuestro presidente y su socio Sánchez, que mandó a una manifestación potencialmente letal con los datos que tenían, a su mujer y padres (sabiendo ya que eran grupo de riesgo). Ese grado de psicopatía que ambos comparten en el que sólo ellos importan y no matan (o no nos hemos enterado), es para evitar la pena. Es la incapacidad de sentir y sería el máximo exponente de la psicopaía.
Luego tenemos algún jefe cabrón, que a veces sí se preocupa por ti pero muchas otras veces te machaca y le importas un carajo. El típico egoísta que no te va a matar pero al que no le quitas el sueño.
De ahí pasamos a un grado normal, que es la que todos tenemos (sí, todos tenemos trastornos pero como tales sólo se consideran "trastornos mentales" cuando se transforman en un problema para la persona o para los demás. Ésto queda claro cuando ves a alguien sufriendo en la calle y puede dejarte mal cuerpo, pero sigues viviendo y te acabas olvidando porque tu mente necesita preocuparse por ti.
Bien, ¿Qué es el TLP, abreviado? Y cómo nos afecta. El sobrenombre médico que muchos de los que tratan con pacientes así es "demasiado humanos". Lo definen como que nuestra piel es excesivamente sensible, nuestra capacidad de disfrutar se puede despedir o te puede hundir, ambas cosas hasta puntos que un "no trastornado" no puede ni imaginar.
Es una vida de sufrimiento: todos te culpan de cualquier crisis, de estar enfermo y en general de todos sus malos, lo que a muchos nos lleva al suicidio o al aislamiento social pleno. A vivir sin querer tener contacto con nadie apartados de una sociedad que nos rechaza.
Yo les diría que para entendernos se imagen que van en un coche. El coche de forma aleatoria, sin motivo aparente, cambiará sus mandos: el freno será el volante, el acelerador el freno y así con todo. Pero a ese descontrol habrá que añadirle que ciertas palabras también lo provocarán. Hay mil detonantes para esa acción.
Pues el cuerpo es nuestra mente y por mucho que intentemos domarla nadie lo ha conseguido. Y los demás, los "sanos" no apoyan: siempre culpan.
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