La Comunidad de Sin-Límite

Gracias por la cálida bienvenida. Aquí mi historia, parcialmente extraída de mi blog.

Conocí al que pensé que sería el hombre de mi vida a los 26 años. Él tenía 28. Era julio, hacía un calor infernal.
Por casualidad, nos presentó un amigo común, y en cuanto lo vi sentí una atracción inmediata. Era increíblemente guapo, alto y atlético, rubio ceniza, con unos ojos de color aguamarina en los que era casi imposible no perderse sin perder la razón. Callado y tímido, me dio dos besos y fuimos a tomar unas copas. Me extrañó que sólo bebiese fanta de naranja, no bailaba, sólo sostenía el refresco y me miraba. Me cautivó hasta un punto que todavía no entiendo, tenía un poder de atracción que no había experimentado nunca antes. Muy atento, nos invitó a las copas a mi amiga y a mí y nos llevó a casa cuando decidimos marcharnos. Y eso que yo pensaba que no se lo estaba pasando bien, ya que ni bailaba ni nada. A los dos días quedamos para cenar con el novio de mi hermana y mi hermana, y seguía igual de callado, aspecto que nos sorprendió bastante a todos.
Empezamos a quedar a tomar café, y algún que otro limón granizado. En el pueblo me habían advertido de su pasado: había sido un cabra loca adicto a la cocaína y al alcohol, que su familia lo había pasado fatal y él también. Me decían que llevaba algún tiempo limpio. Yo, cegada por una atracción física que me pasaría factura, decidí pensar que si estaba limpio, ¿por qué iba a volver a caer? Notaba que le gustaba, me tocaba tímidamente la mano cuando salíamos, me decía que le encantaba hablar conmigo, estar conmigo. Era extremadamente parco en palabras, pero cuando me miraba, se me nublaba toda la razón.
En una de aquellas tardes, me confesó que había tenido problemas con la coca, pero que estaba limpio desde hacía dos años y que era adoptado y no lo supo hasta los 14 años cuando unos niños le pegaron en el colegio, tema que le afectaría durante toda su vida. Me dijo que había estado casado y que tenía una hija fruto de su primer matrimonio, pero que eran muy jóvenes y habían decidido separarse. Más tarde, no hace mucho, descubrí que él abandonó a su mujer y a su hija en repetidas ocasiones para consumir cocaína en soledad en su coche. Yo le dije que no tenía ningún problema siempre y cuando eso formase parte de su pasado. Que a la primera recaída, lo dejaría. Él me dijo que por supuesto, que eso se había acabado. Que por eso no bebía, porque estaba en tratamiento y le iban a dar el alta.

Al mes de conocernos, y sin previo aviso de su parte, se instaló en mi casa. Yo trabajaba en su pueblo, así que vivía sola de alquiler, enfrente de casa de sus padres. Al principio fue tierno, amoroso, tímido. Nuestra primera vez fue especial: “Hace mucho tiempo que no lo hago”, me dijo, algo avergonzado. Jamás me había sentido tan querida, idolatrada, me miraba como si fuese lo más importante del mundo... sólo sentía que le quería, y me dejé llevar…
Los primeros meses fueron algo chocantes, ya que se hizo demasiado pronto, excesivamente dependiente de mí. Se enfadó cuando recibí la llamada de un amigo y dejó de hablarme una tarde por decirle que me iría a Valencia a casa de mis padres a pasar las vacaciones de verano. Un día me acompañó a Valencia y conoció a mi madre, cuya opinión me importaba mucho, y la verdad es que le causó muy buena impresión, ya que dijo que tenía cara de buenazo, algo que yo también pensaba. Sin embargo, a veces notaba conductas un tanto extrañas, algún signo de inmadurez, y unos celos espantosos por su parte (signos que más tarde descubriría que tienen gran cantidad de adictos a la cocaína). Me advirtió que si alguna vez me veía con algún hombre aunque fuese sólo tomando café, no me lo perdonaría. A mí, aquello, en vez de hacerme pensar, me cautivó aún más y pensé: “Pues sí que me quiere, este chico tiene unos valores que me gustan”.
En septiembre, se fue de despedida con sus amigos, todos consumidores. Lo llamé cuatro veces al móvil preocupada y él me dijo que estaba en el autobús solo, ya que el resto estaba consumiendo y él no quería caer. Lo esperé despierta, sin poder pegar ojo. Ahora sospecho que fue la primera raya que se hizo después de conocerme. A los dos meses de conocerme, y quedarían tantas más sin yo saberlo…
Fuimos juntos a la boda de su amigo. No quería beber. Lo notaba incómodo, nos fuimos a casa pronto, supongo que aún no quería que sospechase tan pronto en la relación. Pero quizás consumió.
Le acompañé a la última cita con el psiquiatra encargado de controlar su adicción. Delante de mí, le dio el alta y le dijo: “ahora ya puedes hacer vida normal y beber con precaución.” Aún no entiendo cómo no se controlan más estas cosas…
Empezamos a salir por las noches y él a beber. En cuanto se tomaba una cerveza, era como que se activaba. El chico tímido y callado que conocí se convertía, como por arte de “raya” (ahora lo sé) en un chico ocurrente, chistoso, hablador, simpático, amoroso, pendiente de mí, fogoso, que bailaba, bebía hasta el borde del coma etílico y me gritaba en cuanto le decía que parase de beber, que ya lo tenía bien. Me insultaba, decía que le amargaba la fiesta, que total, para una vez que salíamos… No entendía nada, pensaba que le sentaba muy mal el alcohol. Alguna vez le pregunté si sentía deseos de consumir cocaína. Al hacerlo, él se hacía el ofendido: "Por favor, ¿es que no confías en mí? Siempre lo negaba. Siempre lo ha negado. Y yo me sentía increíblemente culpable por preguntárselo tras comprobar con qué dolor se ponía a llorar después de aquello.
Al tiempo, le dije que quería que él legalizase la situación con su ex mujer, porque no estaba divorciado legalmente, así que le ayudé, junto con sus padres, para conseguir las visitas de su hija y normalizar la situación, ya que la niña sólo venía unas horas algunos domingos. Entonces no me mosqueó que pidiese a su jefe trabajar en negro para pasarle menos pensión alimenticia a su hija, cosa que ahora no me sorprende. La madre no quería que la niña estuviese con el padre, alegando que había tenido problemas con la coca. Yo pensaba, “si ahora está bien, ¿por qué tanto odio?” Ahora lo entiendo todo. Sin yo saberlo, la madre de él llegó a un acuerdo con ella para que fuesen sus abuelos los que se encargasen de la niña, y no el padre.
Sin embargo, la niña pasaba mucho tiempo con nosotros. A mí me encantan los niños, y la trataba como si fuese mía, le compraba ropa, se quedaba a cenar y a dormir a veces en mi casa, me la llevaba a la piscina, la llevábamos al zoo… Hasta que un día, la niña tuvo una rabieta como todos los niños y al reprenderla, su padre me dijo: “Que sea la última vez que le dices nada a mi hija porque no es nada tuyo. Tú no eres su madre.” Después de querer a esa niña como si fuese mía, aquello fue una puñalada directa al corazón. Decidí mantenerme al margen. Como padre, no tomaba ninguna decisión con respecto a su hija, era más como un hermano mayor con el que jugar, siempre lo hacía todo yo, ayudarla con los deberes, estar con ella; y encima me decía aquello. Hablé con él y le dije que si estaba para lo bueno, también tenía derecho a estar para lo malo, y que si él no era capaz de entenderlo, lo mejor era que con su hija me mantuviese al margen. A él le pareció bien, simplemente se dejaba llevar, porque prefería la vía fácil y dejar que yo tomase todas las decisiones. En aquel momento le pareció perfecto, pero más tarde me culparía por aquello y diría que por culpa de no querer a la niña se había vuelto a enganchar...

Yo pensaba que podría llegar a cambiar, que nadie era perfecto, y que era un chico maravilloso pero con problemas de descontrol con la bebida. Y al cabo de unos meses decidimos casarnos. Porque yo lo quería, y él me decía que también, y vivíamos juntos, sus padres me adoraban, él me decía que tenía ganas de tener un hijo conmigo para poder vivir la paternidad de forma diferente, que no le habían dejado hacerlo con su primera hija. Así que un año después, nos casamos.
Yo formaba parte de una banda de música. Me acompañó a varios de los actos y empalmó tres días conmigo sin dormir, yo tocando, él bebiendo sin parar, hasta el punto que se perdió, y no lograba encontrarlo. Tuve que dejar de tocar, eludiendo mis compromisos y sintiendo una vergüenza horrible, e ir a buscarlo, y lo encontré casi tirado en la calle, caminando en zigzag; lo metí en mi coche y lo llevé a casa, lo acosté y volví a tocar de nuevo. Primero lo odié a él, y después me odié a mi misma por aguantar aquello, pero pensé que con mi ayuda, no volvería a ocurrir un episodio así.
Él practicaba y todavía practica un deporte autóctono, en el que todos los jugadores, o al menos casi todos, consumen cocaína. Yo no sabía nada. Iba a verlo jugar siempre que podía, que era casi siempre, a animarlo, a darle fuerzas, y hasta incluso a pelearme con quien le soltase algún que otro improperio desde la escalera, y empezamos a salir con la gente de ese círculo. Había otras parejas de jugadores, que, como yo, no teníamos ni idea del mundo tan sucio en que nos estábamos metiendo. Ellos aprovechaban para que nosotras estuviésemos juntas y “entretenidas” en pro de continuar con sus rayitas tranquilos. Ese deporte tapa mentiras, cocaína, deudas, apuestas y mucho dinero...
Organizamos la despedida de novios conjunta con toda esa gente. Y claro, nos lo pasamos genial, mis amigas y yo de forma sana, sin coca en el cuerpo, y ellos a tope de todo. Aquella noche lo notaba distante. Cada vez más distante, supongo que fruto del aumento del consumo de cocaína. Lo veía ir al servicio demasiadas veces, y en la despedida me preocupé y se lo dije a mis amigas. Me puse a llorar, y salió uno de sus amigos (que hoy sé que es su camello), a decirme que en su familia habían tenido muchos problemas con la cocaína y que él personalmente se ocuparía de que mi novio no consumiese, que sabía que lo había pasado muy mal. Mentiras, mentiras, mentiras y más mentiras… Me he sentido al descubrirlo humillada, vejada y carne de risas y burlas.

Nos casamos, él enfarlopado en secreto y yo enamorada hasta la médula. Yo lo notaba raro, pero pensaba que estaba nervioso, ya que se puso a llorar durante la ceremonia. El día de una boda las mujeres normalmente lo imaginan, como el día más bonito e importante de sus vidas. Le grabé y edité un video homenaje por cuyo costoso trabajo estuve durmiendo escasamente al menos durante los dos últimos meses antes de la boda, en el que participaron todos sus compañeros del deporte (casi todos consumidores), y el día de la ceremonia, ni siquiera me dio un abrazo cuando se terminó de pasar allí, en el salón de la boda. Quise morirme, pero me había casado para toda la vida.
Nos fuimos de viaje de novios, y me quedé embarazada. El sueño de toda mi vida, ya que me dedico a la educación de niños, era ser madre. La noche de bodas fue un desastre, en el crucero teníamos la bebida gratis y él nunca sabía parar. Tenía que estar constantemente controlándolo, y eso me impedía disfrutar de nada. No tuvimos romanticismo, ni palabras bonitas, ni miradas cómplices, los ojos en los que al principio me perdía parecían no estar ya nunca. Teníamos relaciones sexuales bastante cortas e insatisfactorias. Recuerdo que la primera noche pensé: “Dios mío, ¿qué he hecho?”… Pero ya lo había hecho, y no era mi estilo tirar la toalla. Decidí continuar luchando…
Unos meses más tarde teníamos problemas en la cama, fruto del consumo continuado de cocaína (aunque entonces no lo sabía) ya quería ir a un psicólogo para encontrar solución. Allí, en las sesiones, él decía que no sabía qué le pasaba, y nos gastamos un dinero tontamente ya que la falta de erección era sólo debida al consumo. Mentiras y mentiras...
Tuve un embarazo bonito, porque era el primer bebé en mi familia, y todos estaban a mi lado, sus padres muy ilusionados también, porque yo era una chica independiente, con un buen trabajo y estudiosa, a la que le gusta la lectura y la vida tranquila. De la primera hablaban perrerías…, ahora sé que lo único que hacían era taparlo a él. Pero él no parecía ilusionado. Quería salir con estos nuevos amigos deportistas, y yo lo acompañaba, y hoy me doy tortas a mí misma por subir en el coche embarazada y con gente enfarlopada, podría haber pasado cualquier cosa. Ellos bebían y consumían y yo lo acompañaba sin imaginarme absolutamente nada.
Las clases preparto, sola, el parto, sola (con mi madre, porque a él le daba miedo por si se mareaba), el postparto, sola. ¿Y él? De juerga con los amigotes, esnifando, bebiendo, y teniendo relaciones con otras… Noches desaparecido, enfados por mi parte, nula implicación en la paternidad. Y yo con una bebita preciosa, muy parecida a él, rubita, con ojos claros y guapísima. Decidí pasar el primer mes en casa de mi madre porque la nena tuvo un problemilla al nacer y quería controlarlo en la ciudad, además de estar acompañada, ya que él o trabajaba, o jugaba, o estaba en el gimnasio. El tiempo que le quedaba para nosotras era ninguno. Cuando venía a vernos, se pasaba todo el día tirado en la cama durmiendo. Nunca disfrutaba de los paseos, ni de nosotras. Él siempre me animaba a quedarme en casa de mi madre (ahora sé que para tener más libertad e irse de farlopeo), cuando después de abandonarnos diría que yo le había dejado solo. Al mes y medio volví a nuestra casa, un adosado muy bonito.
El peor recuerdo de la convivencia en "familia": mi hija sufría de cólicos del lactante y una noche, los tres solos en casa, se puso a llorar tan fuerte que era imposible calmarla. Después de una hora llorando ella y llorando yo de impotencia, subí al dormitorio a buscar ayuda de su parte. Su recibimiento: “¿No ves que me estás tocando los cojones? Necesito dormir…”
Nunca jugaba con ella, ni la miraba, cuando empecé a trabajar de nuevo, eran mis padres los que me ayudaban con la niña, o mi hermana, y él continuaba desapareciendo algunas noches. No entendía nada. Yo sólo me dedicaba a taparlo delante de mis padres, les decía que estaba ocupado, o agobiado. Que no pensaran que era mal padre. Que no pensaran que no me quería. Me contentaba sólo con una mirada o cuando le hacía una de las pocas caricias a la niña, con eso me bastaba, una de cal y miles de arena. Miles o millones.
Llega el verano, y sin más, provoca una discusión en casa y se marcha. Desaparece tres días y saca 500 euros de la cuenta corriente de ahorro que teníamos para la niña. Más de doscientas llamadas a un móvil apagado, tres noches en vela, con el miedo clavado en el estómago. Yo entonces abrí los ojos y pensé que algo gordo estaba pasando. Noticias después de tres días: un mensaje preguntando por la niña, ni siquiera una llamada.
Hablé con él y le dije que le había puesto una denuncia por desaparición porque estaba preocupada y él me dijo que por qué se me había ocurrido hacer tal cosa, que lo había jodido vivo. Yo le repetí que estaba preocupada, él no parecía entenderlo.
En aquel momento y tras decirle: “Sé que has vuelto a consumir”, me confiesa que está enganchado desde hace un año pero que quiere dejarlo y necesita mi ayuda. Le digo que como padre de mi hija, voy a ayudarlo, pero que como marido, tendrá que tener paciencia y demostrarme muchas cosas. Acepta pero me exige que esté con él, mostrando un miedo frenético a quedarse solo y a que inicie trámites de divorcio. Busco psicólogos y psiquiatras especializados en el tema. Mi amiga psiquiatra me recomienda algunos profesionales. Me tranquiliza y me dice que si él quiere salir, con mi ayuda será lo mejor. Sus padres y yo nos ponemos en contacto para ir todos a una en contra de la adicción: el dinero lo controlo yo, para evitar posibles recaídas. Sus padres me dicen que sin mi ayuda, ellos solos no pueden.
Hablamos todos los días casi 24 horas para tranquilizarlo: le digo que tiene que salir por sus hijas, por sus padres, pero sobre todo, POR ÉL. Me dice que he conseguido hacerle llorar y que está decidido a dejar esta mierda.
Le digo que venga el domingo a ver a la nena. Viene, y se toma una cerveza, me dice que está decidido, que confíe en él, que tiene claro que quiere salir. Comemos juntos, me confiesa que todo el mundo consume en el deporte y que él quiere salir. Noto que tiene prisa. Lo noto raro. Por la noche, después de decirme que estaba en casa de su madre (otra mentira más) vuelve a apagar el móvil y a desaparecer. El miedo vuelve a invadirme el estómago, aunque esta vez sería aún más desagradable. Llamo a todas las “amistades” de farlopeo intentando averiguar dónde está. Su camello me tranquiliza diciéndome que había pinchado una rueda y que lo iban a llevar a casa.
Su madre me pide llorando que vaya a buscarle. Yo no sé qué hacer, pero mi hermana y yo hacemos más de cien kilómetros y vamos, a ciegas, a buscarlo no sabemos dónde. Dios quiso que lo encontrase, con las pupilas dilatadas, como nunca se las había visto, con la mandíbula desencajada y totalmente inerte, le empecé a pegar, a insultar, le dije gritando que cómo había podido hacerme tal cosa, y lo vi, en ese momento lo vi sin vendas en los ojos, lo vi como es en realidad: un ENFERMO. Había tenido un accidente con el coche. Se había saltado un stop bebido y enfarlopado y la policía no quiso hacerle soplar por hacerle un favor.
Lo llevé a casa, avisé a sus padres y vinieron. Los lloros, la tristeza y el miedo se apoderaron de nosotros. Él empieza a autolesionarse y a decir que es un mierda, una porquería. Lo acuesto en la cama y quiere tocarme, quiere besarme, y yo siento asco, miedo, lástima, pena. Noto un sabor raro cuando se acerca a mí, supongo que será cocaína, entre salado y amargo… No me lo pude quitar en dos días ni después de cuatro o cinco duchas. Me dice delirando: “Te he fallado, te he fallado, te he fallado”. Yo lloro mucho, mucho… Intento cogerle el móvil pero me hace daño en el brazo y espero a que se quede dormido.
Aprovecho y cuando, al fin, se duerme, busco su móvil y registro absolutamente todas las llamadas y movimientos: descubro búsquedas de prostitutas de la zona, mensajes ocultos y borrados a chicas y conversaciones por redes sociales con chicas un tanto extrañas. Quiero morirme otra vez. Llamo a mi suegra para no estar sola y viene a hacerme compañía. Sólo podía llorar…
Al día siguiente, su padre y yo vamos a buscar el coche y a ver el estado en el que estaba. Lo encontramos, y lo abro. Su padre me anima a registrarlo todo: descubro que se ha quitado la alianza y la cadenita con un corazón que llevaba con mi nombre. Otra puñalada, tengo ganas de llorar.
Su padre habla con él y le dice que si quiere continuar con esta vida, que él lo deja en casa de sus amigotes y a las niñas él iría a verlas cuando quisiese, que él se dedicase a la mala vida. Parece que lo convence, porque por la tarde quiere ir al médico y poner de su parte.
Decido dejar a mi niña al cuidado de mis padres durante unos días para estar a su cuidado al cien por cien. Al día siguiente vamos al médico, y se lo cuenta todo, pero claro, a su manera. Dice que ya había estado rehabilitado, aunque la verdad es que jamás ha dejado de consumir más de unos meses. El psiquiatra nos aconseja ir a un psicólogo para intentar resolver los problemas de pareja, fruto de su adicción: falta de confianza, inseguridad, falta de autoestima... Los daños no eran pocos. Fuimos a dos o tres sesiones. Le recetaron medicación para no beber y también unas pastillas para la esquizofrenia porque el psiquiatra consideró que tenía un trastorno de la personalidad bastante grave. Recuerdo que el psiquiatra le dijo que no era normal ir rompiendo familias de esa manera. Él le dijo al psicólogo que consumía porque yo le dejaba solo y porque no quería ver a su primera hija, cosa que se había solucionado hacía unos meses después de que me pidiese de retomar la relación, y así lo había hecho, por él y por la niña. Cuando el escuchar tantas mentiras seguidas ya no te sorprende, sabes que te has convertido en codependiente, ya que te sientes culpable de lo que le pasa y lo peor: culpable de su consumo y de sus ataques de ira y tristeza crónicos.
El médico nos aconsejó hacerle controles de orina todas las semanas, y eso era lo que hacía. Que de momento, no dejase de jugar porque jugar le reportaba mucho ánimo, pero que sin contacto con los jugadores después de jugar. Ahora sospecho que no quería ni quiere dejar de jugar por las deudas que haya podido adquirir, que en su fecha eran de 150 euros pero sospecho que quizá más, y porque así estaba en contacto con la droga de un modo encubierto. Por desgracia, él se lesiona y deja de jugar durante dos meses, dos meses en los que el síndrome de abstinencia era visible puesto que tenía alucinaciones: “hay un coche ahí con las luces hacia aquí que nos vigila” (nunca vi el coche), o “ese coche nos está siguiendo”; junto con otras frases bastante significativas: “la coca es lo mejor que hay, a la vez que un veneno”, “te hace sentir extremadamente bien”, "si me muriese sería lo mejor que podría pasarte, ¿cómo puedes estar con un mierda como yo?, o frases tan monstruosas como “si alguna vez te haces una raya, será conmigo, un profesional, no dejaría nunca que te la hicieses con nadie que no fuese yo”. Menos mal que nunca caí a sus insinuaciones. Me alegro de que me dé tanto asco.

Un día, en el cuarto de mi hija, lo encontré llorando desconsolado pensando que la nena de seis meses notaba sus problemas y la mierda de padre que tenía y que por eso lloraba. Aquello me hacía sufrir mucho... Lo veía con un dolor imposible de paliar. Repetía continuamente: "no estoy bien, soy un mierda... No estoy bien... Ayúdame"

En cuanto se pone bien de su lesión, vuelve a jugar, y supongo que quiere volver a las andadas. Descubro que tiene un especial interés en una chica a través de una red social, pone "me gusta" a sus comentarios constantemente. Le pregunto quién es. A la defensiva, riéndose, me dice: "No es nadie, bórrala, es una novia de un jugador, más fea..." No sé ya si creérmelo, pero no me queda otra. Empieza a jugar de nuevo, y ella acude a todas sus partidas de forma asidua. Yo estoy con mi hija y no lo puedo acompañar tanto como antes, que siempre iba con él. Una semana antes de marcharse, viene a por mí al tren después de su partida. Llega 20 minutos tarde, muy extraño en él, que suele ser siempre bastante puntual. Huele a cerveza, y tiene las pupilas dilatadas. Le pregunto si ha bebido, y, a la defensiva, exclama: "¿Huelo a cerveza, por el amor de Dios?, ¿no puedes confiar en mí?". Cambia de tema durante el viaje de vuelta. Llegamos a casa y se queda viendo la tele, como siempre, sin sueño. Sus alteraciones de descanso han sido siempre bastante evidentes. O dormía a deshoras, o no dormía de noche, se despertaba mucho, vagaba por la casa, comía compulsivamente alimentos con alto aporte de azúcar en mitad de la noche. Yo, esa noche, me voy a dormir, ya que al día siguiente trabajo, y no le hago el test, porque encima se me iba a poner a chillar o a la defensiva, y, realmente, estoy muy cansada ya.

Dos semanas antes de desaparecer, me hace firmar un préstamo para la reparación de su coche de 4.000 euros en el notario. Yo no quería firmar, no quería ser titular de un préstamo que no iba a ser para nada en común del matrimonio. Él me convence, tiene prisa por firmar y tener de nuevo su coche deportivo a punto. Lo tenía todo calculado. Me dice: "Tranquila, que ese préstamo lo pagaré yo del dinero del deporte..."

Esa semana última es un poco extraña. Decidimos ir con la nena a una feria de Todos los Santos donde hay muchos puestos y cosas para niños. Vamos en familia a las dos de la tarde, para no coincidir con demasiada gente y poder aparcar cómodamente. A las cuatro de la tarde volvemos a casa. Está de mal humor, apenas habla. Ya no disfrutaba de nuestra compañía...

Un día antes de decirme que se va, me lleva al tren, como siempre, ya que él trabajaba de noche, para que yo vaya a Valencia, donde íbamos a pasar el fin de semana en familia. Él tenía que venir el sábado cuando se levantara. No habla en toda la tarde. Está distante, como enfadado. Me canso de preguntarle: "¿Te pasa algo?", a lo que contesta: "No, cariño, sólo estoy cansado." Me dice que quiere ir a ver una partida el sábado. Sabe que tiene orden de no ir a ver partidas y sólo ir a jugar y punto, pero ya tiene pensado volver a establecer contacto. Me dice que quiere ir, que está agobiado. Yo le digo que vaya con su otra hija, que está el fin de semana, a merendar o a pasar la tarde a algún sitio con ella y después venga con nosotras, que es de lo que tiene que disfrutar. No hablamos más hasta el día siguiente, cuando nos abandona a mi hija y a mí sin ninguna explicación cara a cara. Eso valíamos para él: NADA.
Simplemente lo llamo para preguntar a qué hora vendría a casa y me dice que no va a venir, que se ha acabado, que necesita libertad, que ya no me quiere. Me quiero morir. Me roba una tarjeta de crédito y saca 100 euros a escondidas. Se va como vino, sin esperar contestación y sin ser invitado, sin mostrar respeto alguno ni por su hija ni por la madre de su hija. Se va de un modo cobarde, llevándose el dinero y dejándonos sin nada. Aún así, hablo con su madre, que intenta una vez más taparlo, le digo que estoy preocupada y que creo que siente deseos de consumir de nuevo. Ella lo niega, dice que no puede ser. Y su madre me llama en cuanto llega a casa aquella noche a las 5 de la mañana. Lo llamo yo a casa, vuelvo a hablar con él, después de insistir muchas veces y aguantar que me colgase el teléfono repetidas ocasiones, y le pregunto dónde ha estado y qué ha pasado. Me dice que ya no es nada mío, que no me tiene que dar explicaciones y que no me preocupe por nada que a la niña no le faltaría de nada, pero que no quería ir a ningún abogado ni firmar papeles. Yo no entiendo nada, pienso que se le ha ido la cabeza del todo. Le pregunto si hay una tercera persona, y me lo niega, a la defensiva: "Por Dios, cómo puedes pensar eso, jamás."
A los dos días le descubro un mensaje amoroso en una red social a la chica en cuestión, cerré el portátil con una mezcla de odio, dolor, punzada en el estómago y ganas de vomitar. Era la guinda del pastel. Después de llevarse el dinero y dejarme con el culo al aire, después de hacerme sufrir hasta límites insospechados, de aprovecharse económicamente de mí y de mi hija, de burlarse de mi familia, reírse de mis padres, de todos, se ríe de mí una última vez y se va con otra sin ni siquiera reconocerlo. Ahora sé que en realidad me deja por dos mujeres: la primera, contra la que ninguna otra podrá luchar nunca, la cocaína, con la que mantiene una relación duradera de 15 años… Y la otra, supongo que una chica de sus mismos gustos que supuestamente toma la misma medicación que él tomaba que le impide beber.
Él, muy lejos de sentirse arrepentido, pasea a su nuevo “amor” por el pueblo donde yo trabajo, en las redes sociales publican que tienen una relación desde el día en que me deja, él casado y con una hija de apenas 9 meses… Más humillaciones, y sin noticias de él. Pienso si será capaz de mirarme a la cara, y más tarde, si será capaz de mirarse al espejo sin sentirse una mierda.
Habla con la abogada después de un mes y le dice que quiere dinero, que no va a pagar nada del divorcio, que no me va a pasar nada para la niña porque yo gano una pasta y no lo necesito, y que quiere renunciar a su hija, además de añadir que yo le he sido infiel y que está muy afectado, y que no le cojo el teléfono (no tengo ni una llamada suya en estos casi tres años). Sobran las palabras y las mentiras, como siempre. En aquel momento pensé que era un monstruo.
Sus padres viven atemorizados y tampoco tienen mucho contacto conmigo, ahora entiendo que son codependientes desde hace años y actualmente se niegan a admitir que su hijo tiene un grave problema. No lo quieren ver y prefieren vivir, o malvivir, en secreto, guardando las apariencias, sin pronunciarse, quizá por el miedo a escuchar sus voces por encima del susurro, miedo a decir en voz alta la verdad, debe doler como madre. Pero la solución, ¿es negarlo?, ¿tapar los ojos para no sufrir? Lo dudo mucho.
Después descubro más noticias suyas: denuncias por intento de atropello a policías al eludir control de alcoholemia poco antes de conocerme, multas de tráfico en lugares sospechosos, que le echan de su primer puesto de trabajo por traficar con cocaína en la empresa, que en la empresa donde trabaja actualmente se consume cocaína, y casi pierde el trabajo hace unos años y su jefe le lleva a terapia para dejar de consumir… Y un largo etcétera del que quizá sólo conozca el 10 por ciento, si es que conozco algo de este desconocido con el que me casé y tuve una hija. La sensación es de haber vivido una mentira durante tres años, de haber dormido al lado de un lobo con piel de cordero, al lado de mi enemigo.
Después de cerca de tres años sin verlo, ni saber nada de él, yo creo que ya no me queda rencor, ni odio, ni nada… Sólo me da pena, una pena horrible porque si alguna vez, no sé si lo hará, vuelve la cabeza atrás y se da cuenta de todos los cadáveres que ha dejado por el camino, y de la forma en que está viviendo, una ilusión, una mentira, supongo que la sensación será tan horrible que lo más probable es que continúe haciéndose daño a él mismo, esnifando y bebiendo hasta que el hígado, el cerebro o el corazón no aguanten más, viviendo la vida como un adolescente malcriado, sin responsabilidades, sin cargas.

Lo que no entendía antes de investigar sobre el trastorno y antes de que el psicólogo que teníamos en común y un psiquiatra me dijeran que era muy probable que tuviese TLP, era por qué se casaba y tenía hijos, para colmo, dos veces, si sabe que es incapaz de cuidarlos ni de mantener una familia. ¿Por mantener las apariencias? Ahora sé que él desea fervientemente ser feliz, pero aleja a todos de su lado. Ha dejado a la pareja por la que me dejó a mí en circunstancias similares a las mías. Ella ha intentado contactar conmigo para pedirme disculpas...
En cualquier caso, es triste, muy triste. Porque creo que aún no ha acabado, va repitiendo patrón allá donde va buscando nuevas parejas a las que engañar aunque no sea su intención primera. Porque notaba que sus sentimientos eran reales, pero por la mañana me quería muchísimo y me abrazaba como nadie lo había hecho y a los diez minutos era el ser más despreciable por una simple mirada malinterpretada o un comentario sin importancia. Me sentía en una continua montaña rusa. No me extrañaría que volviese a ser padre si se lo pidiesen...
Pero, ¿y sus padres? Por sus deudas con las drogas se han quedado sin nada, tenían un piso y un solar que perdieron, y le han avalado con la casa en el préstamo del coche y de la reparación, que también pueden perder… y continúan sin querer ver que su hijo es un enfermo. ¿Hasta dónde tienen que llegar para darse cuenta del problema?
Mis sentimientos han sido muchos. Al principio me decía a mí misma que no valía nada, me miraba al espejo y no me veía, sólo veía miedo, miedo a no poder desengancharme de él, de su adicción, del control que tenía que tener para que no volviese a consumir. Después me preguntaba qué tendría la otra que no tuviese yo, si tanto le había ayudado, por qué me daba la patada de esa forma tan horrible, sin decírmelo a la cara. El miedo más grande que sentía era que consiguiese desintoxicarse con su nueva pareja. Ahora sé con certeza que nunca lo hará, al menos hasta que no toque fondo de verdad y se quede realmente solo, sin ayuda de nadie.Y no lo ha hecho aún, porque sus padres, sin saberlo, lo están ayudando para que siga consumiendo, tapándolo y ayudándolo, ya que todos los codependientes hemos caído en el error alguna vez de pensar: no lo quiero agobiar, o irá a drogarse de nuevo, y con eso les damos alas para consumir más y más.

Todos los que hemos formado parte de su vida hemos sufrido o están sufriendo las consecuencias. Pero, ¿y él? Dudo que sea feliz. Camina a trompicones de una relación a otra alternando con consumo masivo de cocaína por el que ha estado ingresado en más de una ocasión. Después del tiempo he investigado lo inimaginable sobre el TLP y he leído "Deja de andar sobre cáscaras de huevo" y "Diamantes en bruto", sintiendo a medida que leía punzadas en el corazón por lo identificada que me sentía...

Soy consciente de que el TLP sufre, y muchísimo. Entiendo que muchas de las cosas que he tenido que soportar han sido mecanismos de defensa que el TLP tiene, meras reacciones mal aprendidas porque desconocen enfrentarse de otro modo.

Por todo ello, siento deseos de ayudar a todos los afectados que me lo pidan y a los familiares. Soy estudiante de Psicología y me encantaría formar al menos un grupo de familiares en Valencia porque ahora mismo no tenemos ninguno. Me he puesto en contacto con algunas asociaciones a ver si conseguimos algo.

Deseo a todos los lectores que forman parte de esta comunidad que tengan ánimos y fuerzas para seguir adelante. Porque si el TLP está diagnosticado, con ayuda, terapia y medicación se puede salir.

Gracias por dejarme escribir esta historia y por leerme. Aún después de tres años las lágrimas fluyen, pero he de seguir adelante por mi hija y por mí misma. Gracias

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Comentario por San en febrero 3, 2014 a las 2:18pm
Hola, M Carmen, ante todo paciencia y ánimo porque creo que una de las cosas más importantes y positivas es que hayáis al menos dado con un diagnóstico. Es difícil dar con el TLP en seguida debido a la comorbilidad del trastorno con otras patologías o problemas, pero al menos han dado ya con él y con mucho apoyo familiar pueden disminuir mucho los síntomas.

Aprovecho la ocasión para informaros de que me consta que mi ex marido ha dejado a la chica por la que me dejó a mí por una chica de 18 años, 16 años más joven que él. Aclararé que yo soy ya la segunda mujer con hijos de por medio. Así que el patrón de multitud relaciones intensas del que habla el trastorno y el dejarnos a todas del mismo modo (acaba aburriéndose) es bastante característico y lleva repitiéndose durante décadas.

Si necesitáis algo, cualquier cosa en la que os pueda ayudar o simplemente desahogaros, estoy para lo que necesitéis. Un fuerte abrazo y feliz comienzo semanal!!
Comentario por m carmen lopez perez en febrero 3, 2014 a las 2:10pm

Hola San he leido el enlace del Dr. Rubio, mi hija si está diagnosticada, y además ahora está en un bajón tremendo que no se si no terminará en ingreso, fijate, y la verdad es que describe a la perfección todos la sintomatologia de este trastorno, que además le aprecias ya a edades en las que determinados comportamientos no son muy normales.Es muy complicado de llevar por los pacientes y por sus familias, a las que solo nos queda paciencia, cariño, comprensión y.......ayuda porque nos sentimos desvalidos, sin saber que camino tomar ni que hacer,

 

 

Comentario por lauri en febrero 2, 2014 a las 5:12pm

Gracias San. Si le conozco y me gusta mucho lo que dice Vicente Rubio Larrosa.

Un saludo. 

Comentario por San en enero 31, 2014 a las 2:21pm
Hola de nuevo. No sé si habréis escuchado hablar del psiquiatra Vicente Rubio, pero me ha parecido muy interesante la descripción de la sintomatología oculta que hace del TLP. Lauri, tal y como dije, mi ex no tiene diagnosticado el TLP, pero cumple con cada una de las características de los dos libros del trastorno más la sintomatología oculta descrita por Vicente Rubio. Además, tres profesionales coincidieron en que era muy probable que padeciese el trastorno. Por ello estoy segura. Os dejo el enlace por sí os apetece leerlo.

http://www.psiquiatria.com/revistas/index.php/psiquiatriacom/articl...
Comentario por lauri en enero 30, 2014 a las 5:42pm

Yo no creo que dejar una sustancia sea sólo valentía, es inteligencia. ¡Gracias por el testimonio, Maria Dolores, me encanta leerlo, porque conozco gente que defiende el consumo como algo bueno!

San, creo que te faltaría incidir en otros síntomas para valorar lo del TLP.

Comentario por San en enero 30, 2014 a las 4:41pm
Chus, me alegro sobremanera de que mi relato haya servido para hacerte sentir mejor. Yo misma empecé a escribir en un taller de literatura creativa para intentar mejorar y sacar lo qhe llevaba dentro mediante la escritura, ya que jamás se lo he podido decir al padre de mi hija. Se fue sin darme oportunidad de réplica, aunque ahora mismo se lo agradezca. Un abrazo enorme y muchos ánimos, sea cual sea tu situación personal.
Comentario por Chus en enero 30, 2014 a las 4:18pm

flipante... lo que el ser humano puede llegar a soportar!!! gracias por dejarme leer tu historia me ha servido para reflexionar un poco sobre algunas cosas.. un saludo enormeeeee...

Comentario por San en enero 30, 2014 a las 1:56pm
María Dolores, el que te dieses cuenta de que te perjudicaba y dejarla a partir de ahí demuestra la valentía que tienes. Por desgracia, como bien dices, no todo el mundo es capaz de salir de su adicción, en este caso el protagonista de mi historia lleva 18 años consumiendo, épocas de menos consumo, épocas sin consumo y épocas de consumo diario. Coinciden las épocas de mayor consumo con las rupturas en sus relaciones. Por desgracia, ni sus padres ni él mismo consideran que tiene un problema. Prefieren mirar a otro lado porque están cansados. Enhorabuena por tu decisión y ánimo y adelante. Besos
Comentario por Maria Dolores en enero 30, 2014 a las 1:45pm

por cierto de esto hace ya 16 años

Comentario por Maria Dolores en enero 30, 2014 a las 1:44pm

Yo estuve consumiendo solamente 2 meses cocaína y en ese tiempo intenté suicidarme 3 veces, además de tener que estar ingresada en el ala de psiquiatría de un hospital. Desde aquéllo no la he vuelto a probar nunca más, tuve conciencia y vi que no me hacía bien. Pero por desgracia, hay gente que no quiere salir y se dedica a destruirse y destruir a los que están a su alrededor.

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