Hay una película que nunca me ha gustado, “Atrapado en el tiempo” que trata sobre el Día de la Marmota, celebrado en EEUU para saber si llegará pronto o no la primavera, utilizando a este animalito para tal efecto. Phil, el hombre del tiempo de una cadena de televisión, es enviado un año más a Punxstawnwey, a cubrir la información del festival de El Día de la Marmota. En el viaje de regreso, Phil y su equipo se ven sorprendidos por una tormenta que les obliga a regresar a la pequeña ciudad. A la mañana siguiente, al despertarse, comprueba atónito que comienza otra vez el Día de la Marmota.
Y no es porque la película sea mala en sí, porque tenga un mal guión o malos actores o actrices, no se trata de eso. El día que la vi me sentí terriblemente identificado, por lo de la repetición. Mi vida se parecía tanto a la película que odié el haber entrado en el cine y creo recordar que tuve la tentación de salirme antes de terminar la sesión. La diferencia entre mi vida y la película es que en mi caso no hay un final feliz, sigo despertando cada mañana y sigo viviendo lo mismo, contemplando el “infierno” que me espera más allá de las sábanas y al que debo hacer frente. Y tengo miedo.
Y así llevo desde que tengo memoria, esperando que llegue el día en que esto termine, en que amanezca y llegue el ansiado final a tanto dolor, a tanta angustia que me persigue desde mi niñez y que no nunca termina de hacerse realidad.
Aquí, en el presente, en mi día a día, no existen estaciones, no hay primavera que esperar porque vivo en un eterno invierno lleno de sombras y de hojas muertas entre árboles caídos, donde el sol nunca brilla y las brumas se han adueñado de mi triste alma abatida, mustia como la poca hierba que, a veces, se atreve a levantar sus pobres hojas entre la multitud de maleza que puebla la enmarañada selva de mis negras emociones. No hay risas que huelan a esperanza ni niños jugando entre madreselvas florecidas. No existen perros ladrándole a la Luna ni libélulas volando entre lagunas pobladas de nenúfares ni rosaledas perfumadas ni existen verdes hayedos donde perderse buscando hadas volátiles y huidizas, no hay jazmines olorosos que envuelvan de calor los amaneceres de amantes perseguidos por el roce de cuerpos arrastrados por un deseo atávico de afecto ni existen besos, ni tiernas caricias maternas ni nada por el estilo. Sólo el invierno gris que cae como una losa sobre mi pelo y lo moja con un relente agrio, como un veneno.
Odié la película, decía. Odio más aún esta mezquina existencia que vivo, mediocre, estúpida, sin sentido.
Aún así, espero el día en que aparezca el sol. Espero solo. Espero.
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He visto esa peli. A mi también me creo angustia. Es un poco angustiosa, de hecho. Se me ocurre una forma de que las cosas cambien... Es entrar en la vida de otra persona. ¿Cómo lo veis? Si estamos siempre solos, no compartimos alegrías ni penas con los demás, y yo creo que eso es importante. pensar un poco en los demás, en nosotros en relación a ellos. ¿No se te ha ocurrido hacer algún tipo de actividad para otros? Que te reporte un feed back de alguna clase... Es una idea, hay varias. pero lo que está claro es que la vida es bueno que tenga matices, que no sea siempre igual.
Vicent, recuerdo la pelicula era una repeticion previsible, solo tu puedes cambiar el guion y hacer tus dias diferentes. Tener distracciones, amigos, libros, un perro al que cuidar. Si te quedas comiendote el coco, das vueltas a lo mismo. Nadie te sacara de este circulo, has de hacerlo tu, con ayuda si la necesitas, pero tu si puedes hacerlo. Convencete de eso.
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