Encadenada a la identidad va la autoestima.
En una persona con un trastorno de la personalidad, a mi modo de ver, la falta de autoestima es un síntoma, no una causa. No hacemos cosas que nos dañan a nosotros mismos por falta de autoestima, actuamos así porque no sabemos quiénes somos, lo que queremos, lo que necesitamos. Y con cada nuevo fracaso, decepción, golpe, la poca autoestima que teníamos se va perdiendo.
La gente que nos ve desde afuera piensa: es que no se quieren a sí mismos, por eso hacen esas cosas. Pero no es así. Los errores que cometemos sin parar no hacen sino reforzar la idea de que no valemos.
En China antes había mujeres que no tenían nombre. Las llamaban con un silbido, como si fueran ganado. En esas circunstancias ¿qué imagen tendrían de sí mismas?
La mayoría de la gente recibe una autoestima al nacer, luego la conservan o la pierden. Siempre están esas personas que por ser amadas o aceptadas renuncian a muchas cosas. No es nuestro caso. Nosotros no heredamos nuestra autoestima, porque al tener una identidad débil la autoestima tampoco se desarrolla bien. También de ahí se deriva el constante sentimiento de culpa que muchos tenemos.
Tratar el síntoma está bien, pero para solucionar el problema hay que ir a la raíz (si es que tiene solución).
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