Conocí al que pensé que sería el hombre de mi vida a los 26 años. Él tenía 28. Era julio, hacía un calor infernal.
Por casualidad, nos presentó un amigo común, y en cuanto lo vi sentí una atracción inmediata. Era increíblemente guapo, alto y atlético, rubio ceniza, con unos ojos de color aguamarina en los que era casi imposible no perderse sin perder la razón. Callado y tímido, me dio dos besos y fuimos a tomar unas copas. Me extrañó que sólo bebiese fanta de naranja, no bailaba, sólo…
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